“De que los poetas sean oídos, y se acerquen,y trabajen a la par, vendrá la paz humana.”
José Martí
Vivimos tiempos en los que los iconos son más importantes que las personas. En el caso de Neruda, sabemos de un poeta universal y premio Nobel de Literatura, pero esa dimensión nos aleja de la persona y de su verdadera obra, la de dimensión humana. Sucede con Salvador Allende y con Víctor Jara.
La trágedia de su muerte no debe empañar el cómo vivieron. . Lo dice Víctor Jara su amigo en la canción Vientos del Pueblo
"…así cantara el poeta, mientras el alma le suene, por los caminos del pueblo, desde ahora y para siempre".
Treinta y siete años se cumplen este 23 de septiembre del hasta luego triste que Pablo Neruda nos dijo solo 12 días después del criminal golpe de estado que arrebató a Chile su libertad y la vida del presidente Salvador Allende.

El Poeta, diplomático, senador, malacólogo, pertinaz aficionado a la arquitectura, amante incorregible de la vida, fue un indoblegable defensor de las causas más nobles de su tiempo. Sin embargo, como es de suponer, suele recordársele fundamentalmente por su obra lírica de la cual se han escrito, aún en vida del vate, innumerables y luminosas páginas.
En este aniversario, observando el panorama mundial que nos ofrece nuestro tiempo, y entreviendo el oscuro porvenir, todavía evitable, que depara a la especie humana, quiero recordar al Neruda esencial, a ése que desde el poema oral o escrito, en verso o en su vívida prosa que era también poesía, nos legó con sus actos y su vida un ejemplo de obligación moral de los intelectuales y los hombres y mujeres de buena voluntad, hacia las luchas cotidianas en aras de alcanzar un poco más de felicidad y de alegría para todos.
Al revolucionario que marchó junto a un numeroso grupo de escritores, artistas, hombres y mujeres de ciencia, a defender a la República Española, ese sueño truncado a la postre, y a cuya concreción entregó generosamente su juventud brillante y prometedora nuestro entrañable Pabro de la Torriente Brau.
Al Neruda que después de haber escrito “los versos más tristes” inspirado en los tiernísimos sentimientos que despertaron en él las bellezas femeninas, supo construir, con restos de papel y viejos trapos donados por los soldados republicanos, la pulpa con que esos mismos soldados elaboraron el papel en que se imprimirían los poemas guerreros que formaron su libro España en el corazón.
Al que, tras el descalabro de aquel sueño, cuando las hordas fascistas del Gran Caudillo se cebaron en la carne de los mantenedores de la utopía republicana y hasta los que se refugiaron en la culta Francia fueron hacinados en campos de concentración, intercedió ante su gobierno y fue designado por el presidente chileno cónsul especial para la inmigración española, con sede en París. Al que con ese título organizó, con habilidad de prestidigitador, la expedición del barco “Winnipeg”, donde cruzaron el Atlántico con destino a Chile más de dos mil españoles de diversas profesiones y oficios. Al Premio Nobel de Literatura que refiriéndose a esa hazaña llegó a decir que salvar esas vidas del dolor y la muerte, devolviéndoles otra vez la esperanza era el mejor poema que había escrito: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.”
De ese hombre entrañable que siendo un trotamundos se sintió siempre en todas partes un hijo fiel de nuestra Madre América; del que cantó a la Revolución Cubana, a la Sierra Maestra y a Fidel, quiero recordar una singularísima respuesta dada a un periodista que le preguntó: “Si tuviera que concederle un regalo al mundo, ¿por cuál se decidiría?” a lo que el poeta respondió: “El mejor regalo sería la restauración de una verdadera democracia en los Estados Unidos. Es decir, la eliminación en ese país de las fuerzas regresivas que ensangrientan los territorios más distantes. Un gran país como éste, despojado de su prepotencia política y económica, sería un regalo para el mundo.”
En este aniversario, observando el panorama mundial que nos ofrece nuestro tiempo, y entreviendo el oscuro porvenir, todavía evitable, que depara a la especie humana, quiero recordar al Neruda esencial, a ése que desde el poema oral o escrito, en verso o en su vívida prosa que era también poesía, nos legó con sus actos y su vida un ejemplo de obligación moral de los intelectuales y los hombres y mujeres de buena voluntad, hacia las luchas cotidianas en aras de alcanzar un poco más de felicidad y de alegría para todos.
Al revolucionario que marchó junto a un numeroso grupo de escritores, artistas, hombres y mujeres de ciencia, a defender a la República Española, ese sueño truncado a la postre, y a cuya concreción entregó generosamente su juventud brillante y prometedora nuestro entrañable Pabro de la Torriente Brau.
Al Neruda que después de haber escrito “los versos más tristes” inspirado en los tiernísimos sentimientos que despertaron en él las bellezas femeninas, supo construir, con restos de papel y viejos trapos donados por los soldados republicanos, la pulpa con que esos mismos soldados elaboraron el papel en que se imprimirían los poemas guerreros que formaron su libro España en el corazón.
Al que, tras el descalabro de aquel sueño, cuando las hordas fascistas del Gran Caudillo se cebaron en la carne de los mantenedores de la utopía republicana y hasta los que se refugiaron en la culta Francia fueron hacinados en campos de concentración, intercedió ante su gobierno y fue designado por el presidente chileno cónsul especial para la inmigración española, con sede en París. Al que con ese título organizó, con habilidad de prestidigitador, la expedición del barco “Winnipeg”, donde cruzaron el Atlántico con destino a Chile más de dos mil españoles de diversas profesiones y oficios. Al Premio Nobel de Literatura que refiriéndose a esa hazaña llegó a decir que salvar esas vidas del dolor y la muerte, devolviéndoles otra vez la esperanza era el mejor poema que había escrito: “Que la crítica borre toda mi poesía, si le parece. Pero este poema, que hoy recuerdo, no podrá borrarlo nadie.”
De ese hombre entrañable que siendo un trotamundos se sintió siempre en todas partes un hijo fiel de nuestra Madre América; del que cantó a la Revolución Cubana, a la Sierra Maestra y a Fidel, quiero recordar una singularísima respuesta dada a un periodista que le preguntó: “Si tuviera que concederle un regalo al mundo, ¿por cuál se decidiría?” a lo que el poeta respondió: “El mejor regalo sería la restauración de una verdadera democracia en los Estados Unidos. Es decir, la eliminación en ese país de las fuerzas regresivas que ensangrientan los territorios más distantes. Un gran país como éste, despojado de su prepotencia política y económica, sería un regalo para el mundo.”
Publicado por el: Colectivo Yollotlanemilistli
