El día que Sartre decidió rechazar el Nobel




Los pobres para mí son las personas que no tie­nen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es.




La Pareja: Simone de Beauvoir Jean Paul Sartre y El CheEl 19 de noviembre de 1964, Jean Paul Sartre fue entrevistado por la revista francesa “Le Nouvel Observateur”. El colosal escritor esa máquina de pensar como se le llegó a llamar era la presa más codiciada de la prensa en ese momento porque acababa de rechazar el premio Nobel de Literatura. Cuando Mario Vargas Llosa se deshizo de sí mismo y dejó la piel del rebelde tirada en una cuneta, una de las primeras cosas que hizo fue hablar mal de Sartre, que había sido su escri­tor más admirado y su estrella del norte. Matando simbólicamente a Sartre es decir, incurriendo en un nuevo y esta vez intrépido parricidio-, Vargas Llosa dejaba atrás el incómodo pasado y quedaba libre para su conversión en un intelectual orgánico del sistema mundial del poder ese poder que Tony Blair y José María Aznar, dos de sus grandes amigos, encarnaron como pajes de Bush en Las Azores. Despotricar de Sartre para endiosar a Camus, como si ambos no fueran imprescindibles, ha sido una de las cosas más feas que ha hecho Vargas Llosa. Y de lo feo pasó a lo innoble cuando se sumó al rumor maligno de que Sartre, diez años después de rechazar el Nobel, había hecho averiguaciones para ver si cobraba el monto de coronas que, junto con el oropel, se dio el lujo de despreciar en su momento. Sartre, en todo caso, ya estaba muerto para contestar tamaña infamia. A continuación la explicación que dio el escritor y filósofo francés, coherente hasta el fin de sus días, respecto de por qué había rechazado el galardón del Nobel y, con él, el millón y medio de dólares que siguen dando los dividendos de la dinamita (César Hildebrant)




Sartre y Simone de Beau­voir



”¿Por qué rechacé ese pre­mio? Por­que estimo que desde hace cierto tiempo tiene un color político. Si hubiera aceptado el Nobel y aun­que hubiera hecho un discurso insolente en Estocolmo, lo que hubiera sido absurdo habría sido recuperado. Si hubiera sido miembro de un partido, del partido comunista, por ejemplo, la situación hubiera sido diferente. Indirectamente hubiera sido a mi partido que el premio habría sido discernido; es a él, en todo caso, que hubiera podido ser­vir. Pero cuando se trata de un hombre aislado, aunque tenga opiniones “extremistas”, se lo recupera necesariamente de un cierto modo, coronándolo. Es una manera de decir: “Finalmente es de los nuestros”. Yo no podía aceptar eso.



La mayoría de los diarios me han atribuido razones personales: estaría herido porque Camus lo había obtenido antes que yo… tendría miedo que Simone de Beauvoir se sintiera celosa, a lo mejor era un alma bella que rechazaba todos los honores por orgullo. Tengo una respuesta muy simple: si tuvié­ramos un gobierno de Frente Popular y que me hubiera hecho el honor de discernirme un premio, lo habría aceptado con placer. No pienso para nada que los escritores deban ser caballeros solitarios, por el contrario. Pero no deben meterse en un avispero.



Lo que más me ha molestado en este asunto son las cartas de los pobres. Los pobres para mí son las personas que no tienen dinero pero que están suficientemente mistificadas para aceptar el mundo tal cual es. Esa gente forma legión. Me han escrito cartas dolorosas: “Deme a mi el dinero que rechaza”.


En el fondo lo que escandaliza es que ese dinero no haya sido gastado. Cuando Mauriac escribe en su agenda: “Yo lo hubiera usado para arreglar mi cuarto de baño y el cerco de mi parque”, es un maligno: sabe que no provocará ningún escándalo. Si hubiera distribuido ese dinero habría chocado más a la gente. Rechazarlo es inadmisible. Un norteamericano ha escrito: “Si me dan 100 dólares y los rechazo no soy un hombre”. Y además está la idea de que un escritor es un personaje sospechoso. No trabaja, gana dinero y puede ser recibido, si lo quiere, por un rey de Suecia. Eso ya es escandaloso. Si ade­más rechaza el dinero que no ha merecido, es el colmo. Se considera natural que un banquero tenga dinero y no lo dé. Pero que un escritor pueda rechazarlo, eso no pasa.


Todo esto es el mundo del dinero y las relaciones con el dinero son siempre falsas. Rechazo 26 millones y me lo reprochan, pero al mismo tiempo me explican que mis libros se venderán más por­que la gente va a decirse: “¿Quién es este atropellado que escupe sobre semejante suma?”. Mi gesto va pues a reportarme dinero. Es absurdo pero no puedo hacer nada. La paradoja es que rechazando el premio no he hecho nada. Aceptándolo hubiera hecho algo, que me habría dejado recuperar por el sistema”.


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